La URSS sigue entre nosotros

Casi 20 años después de la caída de la URSS, uno podría pensar que ésta sólo permanece viva en los libros de historia. Así también lo cree la mayoría de las personas que visitan Rusia, engañadas por el velo de modernidad y occidentalización que recubre las únicas ciudades que suelen visitar: Moscú y San Petersburgo.

Pero si dejamos a un lado este trampantojo y nos adentramos en la “Rusia real”, podremos observar como la imaginería y mentalidad soviéticas siguen bien vivas; no sólo entre los comunistas nostálgicos, sino entre la nueva élite y la sociedad en general.

El más claro exponente de todo ello es la propaganda oficialista que aflora por todas partes y que, aún hoy, sigue haciendo rodar cabezas.

Cuando uno llega a por primera vez a Rusia, y especialmente a Moscú, los únicos indicios que le hacen recordar los tiempos de la Unión Soviética son meros detalles estéticos como los mosaicos de sus magníficas estaciones de metro, alguna que otra escultura de Lenin, su mausoleo en la Plaza Roja o los nombres de algunas calles y avenidas. Por lo demás, nada hace pensar que se encuentre en una ciudad muy diferente a otras capitales europeas.

Más allá de estos detalles y de las visitas a museos, uno sólo podrá sentirse fugazmente en la época soviética si se cruza con alguna sede del partido comunista (como la que encabeza este artículo) o alguna de sus menguantes concentraciones; las cuales, salvo en ocasiones puntuales como el 1 de Mayo, suelen dar más lástima que otra cosa. En definitiva, situaciones casi tan simpáticas como el encuentro con los imitadores de personajes históricos que pululan por el centro de Moscú.

Comunistas aparte, también tiene su gracia encontrar otras curiosas herencias de antaño, como los plafones de honor en que se ensalza a pie de calle a los mejores trabajadores de algún departamento de la administración, como este de la administración del distrito central de Omsk:

Pero si uno va más allá de la visita turística típica y se adentra en el país, con el paso del tiempo podrá observar que, si bien las banderas rojas con hoces y martillos hace tiempo que dejaron de ondear y ya no hay retratos de Marx y compañía por doquier, una nueva simbología cortada con el mismo patrón ha substituido silenciosamente a la anterior.

En la que se supone que es la democracia más grande del planeta (por la extensión del país, no por otra cosa) un partido ha dado paso a otro, el rojo al azul, la estrella polar a un oso ártico paliducho y las ropas obreras a los trajes de Armani:

Carteles como el de la foto pueblan las ciudades del país gracias a la incansable labor de los aplicados gobernadores locales, quienes, cuales reyes de taifas puestos a dedo desde Moscú, velan por el correcto adoctrinamiento de la población.

Quizás algún lector bien intencionado, pensará que soy un exagerado y que no es más que un cartel publicitario en plena campaña electoral… pues siento defraudarle, pero no. Los carteles con las efigies de los nuevos líderes y sus consignas están presentes todo el año, sea invierno o verano, estemos en el inicio de la legislatura o en plena campaña electoral. No importa, allí están siempre, impasibles.

Pero la cosa no se queda aquí; cuando uno afina un poco más los sentidos empieza a darse cuenta que los carteles y cartelitos del partido Rusia Unida están por todos lados, desde fachadas de bibliotecas públicas, como la Biblioteca Estatal de Omsk:

A estadios deportivos, como el Arena Omsk:

Pasando por acontecimientos deportivos, autobuses públicos y un largo e inacabable etcétera.

Su presencia es tan masiva que llega al absurdo: en casi todas las librerías del país, tras el mostrador de caja, cuelgan fotos enmarcadas y cartelitos de Putin y Medvédev de todos los tamaños, con precios para todos los bolsillos. Incluso he llegado a ver bustos de mármol.

Servidor no se corta mucho, pero como sacar fotos ante dependientas y seguratas no es muy discreto, os dejo esta foto que saqué en el pasillo de una librería de Moscú:

¿Os podéis imaginar qué pasaría si en España a alguien se le ocurriera vender retratos de Zapatero y José Blanco o banderitas de partidos en las librerías?

Pero esto no es todo, para que veáis lo en serio que se toman los nuevos poderosos esto de la propaganda y el culto a los líderes, deciros que hoy en día un paso en falso con el tema puede dejarte de patitas en la calle.

Esto es lo que le pasó al responsable de mobiliario urbano de Omsk cuando, en vísperas de la visita de Medvédev a la ciudad en Febrero, se le ocurrió sustituir el cartel de esa valla publicitaria que hemos visto antes, por uno nuevo y reluciente en que aparecía el joven presidente en solitario, sin Putin. Cuando el tema trascendió a los medios de comunicación, se armó tal follón que a las pocas horas se había restituido el antiguo cartel (eso sí, algo arrugado) y se había despedido al funcionario por haber tomado semejante iniciativa para agradar al presidente. Como mínimo tuvo la suerte de que ya no se envía a nadie a ningún gulag.

A grandes problemas… bombas atómicas

Viendo como pasan los días y la marea negra del golfo de México no hace más que crecer, sin que nadie sepa como detener el flujo de crudo que emana desde las profundidades, me he acordado de la solución soviética apuntada hace unos días en la prensa rusa: detonar una bomba atómica.

Aunque pueda parecer una salvajada, la URSS utilizó en 5 ocasiones este método para acabar con fugas de hidrocarburos que no había sido posible detener mediante métodos convencionales.

Pero esta no fue la única aplicación sui géneris que la Unión Soviética dio a la energía nuclear. Desde 1965 se llevaron a cabo en su territorio otras 119 explosiones nucleares con fines pacíficos tan variados como la minería, la prospección de nuevos yacimientos petrolíferos o la creación de presas y canales.

Ensayo nuclear en el Atolón de Mururoa, Polinesia Francesa    

Paralelamente a la carrera armamentística iniciada por las dos superpotencias de la Guerra Fría tras el desarrollo de la bomba atómica (Estados Unidos en 1945 y la Unión Soviética en 1949), ambos países iniciaron programas para utilizar explosiones nucleares con fines más pacíficos. Los Estados Unidos fueron los primeros en trabajar en esa dirección, iniciando el programa conocido como “Operación Plowshare” en 1961, seguidos por la URSS en 1965 con el que ha venido a llamarse programa de “Explosiones Nucleares para el desarrollo de la Economía Nacional”.

A diferencia del campo militar, en el que ambas potencias mantuvieron un intenso ritmo de trabajo para refinar las aplicaciones más malévolas de la energía atómica, en el campo civil la cosa fue bien distinta: mientras que el programa estadounidense acabaría limitándose a 27 explosiones de carácter casi exclusivamente experimental, el programa soviético sería mucho más ambicioso, llegando a realizar 124 explosiones hasta el año 1988, siendo la gran mayoría de ellas de carácter práctico y llevadas a cabo fuera de los polígonos dedicados a acoger pruebas nucleares.

Primera explosión del programa nuclear civil soviético en Chagan, Kazajstán, en 1965 

La totalidad de estas 124 explosiones nucleares fueron subterráneas y supusieron aproximadamente el 22% del total de pruebas nucleares realizadas por la Unión Soviética.

En el siguiente mapa, podemos ver una distribución esquemática por regiones de las pruebas nucleares llevadas a cabo por la URSS con fines civiles:

Mapa de las explosiones nucleares de la URSS con fines civiles

Como ya he comentado anteriormente, los objetivos de estas explosiones fueron bien variados:

  • – Prospección de nuevos yacimientos de hidrocarburos.
  • – Intensificar la producción de gas y petróleo de explotaciones ya activas.
  • – Apertura o ampliación de minas para la extracción de carbón y metales.
  • – Creación de presas y canales para el almacenamiento y conducción de agua.
  • – Creación de depósitos subterráneos para el almacenamiento de gas o residuos tóxicos.
  • – Extinción de fugas de hidrocarburos.
  • – Entre otros.

En el caso de la extinción de fugas de hidrocarburos, la primera y quizás más espectacular explosión fue la llevada a cabo el 30 de Septiembre de 1966 en el pozo de extracción de gas de “Urta-Bulak” (Урта-Булак), situado en la provincia de “Bujaro-Jivinskoy” (Бухаро-Хивинской), que concentra el 72% de las reservas de gas de Uzbekistán.

A raíz de un accidente ocurrido en 1963, en dicho pozo se originó una gran fuga de gas que emanaba a gran presión llegando a 70 metros de altura. Para evitar contaminar toda la región con los gases emanados, se decidió prender fuego al escape. Pero, desgraciadamente, no hubo forma de apagar la colosal llamarada provocada.

Después de que el incendio se prolongara durante 1.064 días de forma interrumpida y de intentarlo extinguir mediante todos los medios imaginables (incluyendo el uso de artillería), se decidió recurrir a una explosión nuclear. Para la operación fue necesario excavar un pozo contiguo de 1.500 metros de profundidad, al fondo del cual fue colocada una bomba atómica de 30 kilotones. Esta medida, aparentemente desesperada, acabaría saldándose con un éxito sin precedentes.

De las 124 explosiones mencionadas, según los datos oficiales sólo se registraron accidentes que provocaron un exceso de radiación no previsto en 3 de ellas. De las 5 bombas utilizadas para acabar con escapes de hidrocarburos, sólo se fracasó en una ocasión, en 1972 en la región de Járkov (Харьковская область), en que no se pudo obturar una “fuente de gas” parecida a la de “Urta-Bulak”.

Esperemos que el vertido que actualmente está asolando el golfo de México pueda ser liquidado con métodos más modernos y sofisticados; pero, de no ser posible, siempre quedará la opción de recurrir a un buen pepinazo.

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