Después de unas semanas de vacaciones, en las que he aprovechado para viajar a Barcelona y Moscú así como para preparar algunas escapadas futuras que bien pronto espero relataros, Soviet Russia vuelve poco a poco a la actividad.
Por ahora quisiera recomendar encarecidamente, a todos aquellos que viváis en la Ciudad Condal o tengáis ocasión de visitarla hasta el próximo 21 de Noviembre, la exposición ‘Rusia, siglo XX’ que podéis ver en el ‘Museu Marítim’. En ella podréis descubir la Rusia real, no la que aparece en los libros de historia sino la que vivieron sus gentes, gracias a una selección de más de un centenar de cuadros y otras piezas provenientes de la colección de Dolores Tomás Silvestre, quien, durante más de treinta años, ha ido rescatando del olvido miles de obras de pintores rusos desconocidos por el gran público.
Rehuyendo del arte oficialista de la época soviética, esta muestra nos permite conocer como era la vida cotidiana del país de la mano de artistas que quedaron silenciados por las circunstancias políticas e históricas. De los cinco ámbitos en que se estructura la exposición: naturas, figura, costumbrismo, paisaje y realismo socialista, sin duda alguna me quedo con el fidedigno retrato de la vida diaria de esa época y los increíbles paisajes con sus espectaculares cielos; pinturas, todas ellas, que rompen con los tópicos de un país gris, frío y desolador.
Casi 20 años después de la caída de la URSS, uno podría pensar que ésta sólo permanece viva en los libros de historia. Así también lo cree la mayoría de las personas que visitan Rusia, engañadas por el velo de modernidad y occidentalización que recubre las únicas ciudades que suelen visitar: Moscú y San Petersburgo.
Pero si dejamos a un lado este trampantojo y nos adentramos en la “Rusia real”, podremos observar como la imaginería y mentalidad soviéticas siguen bien vivas; no sólo entre los comunistas nostálgicos, sino entre la nueva élite y la sociedad en general.
El más claro exponente de todo ello es la propaganda oficialista que aflora por todas partes y que, aún hoy, sigue haciendo rodar cabezas.
Cuando uno llega a por primera vez a Rusia, y especialmente a Moscú, los únicos indicios que le hacen recordar los tiempos de la Unión Soviética son meros detalles estéticos como los mosaicos de sus magníficas estaciones de metro, alguna que otra escultura de Lenin, su mausoleo en la Plaza Roja o los nombres de algunas calles y avenidas. Por lo demás, nada hace pensar que se encuentre en una ciudad muy diferente a otras capitales europeas.
Más allá de estos detalles y de las visitas a museos, uno sólo podrá sentirse fugazmente en la época soviética si se cruza con alguna sede del partido comunista (como la que encabeza este artículo) o alguna de sus menguantes concentraciones; las cuales, salvo en ocasiones puntuales como el 1 de Mayo, suelen dar más lástima que otra cosa. En definitiva, situaciones casi tan simpáticas como el encuentro con los imitadores de personajes históricos que pululan por el centro de Moscú.
Comunistas aparte, también tiene su gracia encontrar otras curiosas herencias de antaño, como los plafones de honor en que se ensalza a pie de calle a los mejores trabajadores de algún departamento de la administración, como este de la administración del distrito central de Omsk:
Pero si uno va más allá de la visita turística típica y se adentra en el país, con el paso del tiempo podrá observar que, si bien las banderas rojas con hoces y martillos hace tiempo que dejaron de ondear y ya no hay retratos de Marx y compañía por doquier, una nueva simbología cortada con el mismo patrón ha substituido silenciosamente a la anterior.
En la que se supone que es la democracia más grande del planeta (por la extensión del país, no por otra cosa) un partido ha dado paso a otro, el rojo al azul, la estrella polar a un oso ártico paliducho y las ropas obreras a los trajes de Armani:
Carteles como el de la foto pueblan las ciudades del país gracias a la incansable labor de los aplicados gobernadores locales, quienes, cuales reyes de taifas puestos a dedo desde Moscú, velan por el correcto adoctrinamiento de la población.
Quizás algún lector bien intencionado, pensará que soy un exagerado y que no es más que un cartel publicitario en plena campaña electoral… pues siento defraudarle, pero no. Los carteles con las efigies de los nuevos líderes y sus consignas están presentes todo el año, sea invierno o verano, estemos en el inicio de la legislatura o en plena campaña electoral. No importa, allí están siempre, impasibles.
Pero la cosa no se queda aquí; cuando uno afina un poco más los sentidos empieza a darse cuenta que los carteles y cartelitos del partido Rusia Unida están por todos lados, desde fachadas de bibliotecas públicas, como la Biblioteca Estatal de Omsk:
A estadios deportivos, como el Arena Omsk:
Pasando por acontecimientos deportivos, autobuses públicos y un largo e inacabable etcétera.
Su presencia es tan masiva que llega al absurdo: en casi todas las librerías del país, tras el mostrador de caja, cuelgan fotos enmarcadas y cartelitos de Putin y Medvédev de todos los tamaños, con precios para todos los bolsillos. Incluso he llegado a ver bustos de mármol.
Servidor no se corta mucho, pero como sacar fotos ante dependientas y seguratas no es muy discreto, os dejo esta foto que saqué en el pasillo de una librería de Moscú:
¿Os podéis imaginar qué pasaría si en España a alguien se le ocurriera vender retratos de Zapatero y José Blanco o banderitas de partidos en las librerías?
Pero esto no es todo, para que veáis lo en serio que se toman los nuevos poderosos esto de la propaganda y el culto a los líderes, deciros que hoy en día un paso en falso con el tema puede dejarte de patitas en la calle.
Esto es lo que le pasó al responsable de mobiliario urbano de Omsk cuando, en vísperas de la visita de Medvédev a la ciudad en Febrero, se le ocurrió sustituir el cartel de esa valla publicitaria que hemos visto antes, por uno nuevo y reluciente en que aparecía el joven presidente en solitario, sin Putin. Cuando el tema trascendió a los medios de comunicación, se armó tal follón que a las pocas horas se había restituido el antiguo cartel (eso sí, algo arrugado) y se había despedido al funcionario por haber tomado semejante iniciativa para agradar al presidente. Como mínimo tuvo la suerte de que ya no se envía a nadie a ningún gulag.